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Archive for septiembre 2009

Lampyridae

luciérnaga

Arianna Bañuelos Zetina

(A propósito de pensar en las rubias como un discurso social: natural vs artificial; me detuve a observar luciérnagas).

–  Hola, soy Dios- me dijiste. Tienes cinco sentidos y hoy te quito uno. ¿Cuál escoges?

–  No sé responder a eso. Aunque definitivamente, no escogería la vista.

–  ¿Y si me quedo ciego por ejemplo? ¿Y si de un augurio no te veo? Orillado a 70 años de ser escritor, al mediodía, en la mañana, en la noche.

– ¿Y si mis ojos fueran los únicos capaces de me conmoverme con luz propia? Por ejemplo; en una noche inmensa, ser un hilo que se extiende como telaraña, hasta aquella estrella que nos mira; y en la obscuridad, ser los pies que corren e impulsan la vida.

–  El tú en los versos siempre es alusivo a la inquietud errátil. Las luciérnagas emiten una luz que les servirá para aparearse. Sin embargo,  la animación de cosas extraordinarias proviene de una luz artificial, una concentración de calor mínima.

–  Esa antigua metáfora que yo dije una vez: dialogar, mentir, influir en la mera contemplación.  Aún si fuera un hálito de fantasma, la codicia apetece la eternidad. Observación. Hay héroes que encienden salmos. Hay casinos que piensan en belleza, con alguna intimidad que yo conozco.

–  Todo depende de la inevitabilidad. A fuerza del constructivismo se añade la alegría. Esa visión que es una pupila, de cualquier Dios, invitada a creer que por sí sola te posee. Yo me atrevería a rehacer la raíz; ser el tronco, la leña, la corteza. En algún punto la belleza es sutilísima (a fuerza de metáfora).

–   Hasta que nos vamos creyendo que el sueño es otra cosa. Esta ciudad siempre abierta, y cada una de sus puertas hecha del dolor, sufrimiento, y finalmente, muerte.  ¿En qué basas tus juicios?

–  En el mito de la luciérnaga.

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Mi muy querida B.

0321_time_square_atduskMi muy querida B.,

Hace no sé cuánto tiempo, pero muy poco, he visto uno de los desfiles de tu mamá en la semana de la moda de NY. Hace poco te he visto. Hace no mucho, pero te veías realmente preciosa: ese vestido blanco y el cabello sobre tus hombros. Enamorarme de ti, amarte igual a la luz de las velas, a medio día, en le cine. No recapitulo, porque sé que te aburriría, además sé que sólo aprendiste español por mí. Nunca te gustó demasiado. Siempre creíste que hablar algo que no fuera francés era inútil.

Te extraño B. Extraño tus berrinches a las dos de la mañana. Extraño cuando escapabas a la Toscana. Extraño tus intrigas, tus celos, tus ganas de Yale. Extraño tu cabello oscuro y el móvil sonando a cada rato. El chocolate, a veces más claro, cayendo sobre mi cabeza. El perfume de tus besos y el sabor de tus lágrimas aquella vez en Time Square. Negociaría mi alma por ver una vez más los ojos que ponías cuando te leía en Central Park, en el otoño, en el primer frío.

Mi muy querida B., ¿te acuerdas cómo nos conocimos?, ¿cómo te conocí? Te encontré igual que a Vanessa y a Serena. Te descubrí en medio de un set, a la mitad de un rodaje de no sé qué carajos. Tú siempre tan tú: con el café calculado y la falda un poco más arriba, con los zapatos negros y…

Mi B. Mi muy querida B.

Hace cuánto del concierto, hace cuánto que te dio por jugar a cantar y a aparecerte en un video con un grupo medianamente bueno.

La primera vez que te ví con el cabello rubio – me acuerdo porque era de noche y tenía que entregar otro capítulo –, esa era la tendencia me dijiste, me terminaste de gustar. ¿Te gusta?, preguntaste con los labios entornados y los ojos suplicantes. Me gusta, te dije, me gustas, me gustas rubia y castaña y tú y mandé al carajo el capítulo de la novela que trataba de tus rizos. Me gustas, te dije en mi inglés un cuarto francés, otro checo, otro alemán y un último desesperado… Me gustas, me sabes y luego esas tres palabras que tanto te hacían temblar y con las que eras miel sobre mi almohada.

Mi muy querida B.: hoy te ví rubia. Demasiado rubia. Extraño el cabello oscuro, ese donde se escondía el secreto.

Hoy de nuevo te encuentro rubia.

Será que los hombres te prefieren así. Yo te prefiero B., con tus intrigas y tus berrinches, con el cabellos oscuro sobre mis ojos, sobre mi pecho, sobre los sueños que se tejían en invierno. Hoy te encuentro rubia y otoñal. Guapa como pocas veces, rubia como sólo una.

¿Cuándo me invitas a tu cabello?

Tu siempre azabache y solitario,

C.

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Esa mi güerita

por Andrés Ruiz

Sin contar que ver a una rubia natural caminando por la calle es algo más bien atípico en este país, la palabra «rubio(a)» tiene un uso bastante acotado. Por estos rumbos es más común el término «güero(a)». Sin embargo, éste no se limita exclusivamente a aquellos físicamente rubios, sino que abarca a muchas personas de piel más o menos clara, ojos claros y/o cabello con tonalidades castañas. Incluso se ha llegado a extender a algunos con piel morena y pelo oscuro. «Pásele, güerita», «¿Cuántas le sirvo, güero?» son frases recurrentes.

La cuestión es que no se trata de un adjetivo únicamente relativo a características físicas; también refiere a cuestiones de estatus social. Sin tomar en cuenta la apariencia, marchantas, viene vienes y polis, entre otros, acostumbran llamar güerito(a) a quien ven (nótese lo subjetivo de la apreciación) más o menos pudiente. El problema no es el adjetivo en sí (cada quien tiene derecho a adjetivar a criterio), sino una subyacente concepción de superioridad rubia. Algo así como «ustedes los güeros, nosotros los morenos». Los orígenes pueden rastrearse a la Conquista (quizá antes, con Quetzalcoátl): los españoles, rubios, que se impusieron sobre los morenos indígenas e instauraron un sistema estratificado, de castas (saltapatrás, tente en el aire, lobo y demás aberraciones incluidas), en el que ellos ocupaban la cúpula. Entre más claro el color de piel, mejor la condición social. 300 años de dicho esquema no se quitan fácil y ni la Independencia logró desterrar estas concepciones. La Revolución y el mestizaje nacional a sangre y fuego también fueron insuficentes. Por ello, aún ahora el color de piel sigue considerándose, en algunos círculos, factor para el éxito o el fracaso.

Lo güero permanece asociado en buena medida con la posesión de recursos económicos o de influencia. De ahí que el llamar a una no rubia «esa mi güerita» no es accidental. Las implicaciones no son menores. Subyacé un no sé qué de discriminación, una imposibilidad de reconocerse como iguales. Desde ambos lados, comentarios desafortunados como «pinche prieto» o «güerita tonta» no ayudan a tender puentes (tal vez no se han dado cuenta que no hay fronteras claras entre güeros y prietos, sino un contínuo que va del más negro al más blanco).

Lo güero tiene un componente de malinchismo, de querer «ascender» a ese otro nivel. Un ejemplo (estúpido, lo sé, pero simbólico): las güeras falsas u oxigenadas. No dudo que haya un afán estético (y que a más de una se le vea bien), pero ¿no estará solapada, al menos un nivel subconsciente, esta cuestión aspiracional de no querer ser de pelo oscuro en una sociedad estratificada?
Poco sé de las rubias naturales. He platicado con algunas, me besó una en cierta ocasión (¿en un sueño?) y lo acotado de la muestra me impide argumentar a favor o en contra de que son tontas. Habrá a quién le gusten (incluso al punto de la obsesión, que no es mi caso), habrá a quien no. Sin embargo, de lo que sí estoy seguro es que no son mejores ni peores, son iguales a cualquier otra persona. Después de todo, sólo son rubias.

Ese mi güerito

Ese mi güerito

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Rubias

Hay una extraña fijación por las mujeres de cabello amarillo. Invasoras de culturas. Amazonas de escritores. Proxenetas de sueños. A la fecha, el cliché: las rubias son tontas. Siempre con el misterio y el anhelo. Siempre en la música, la fotografía y las calles. Siempre en cintas hollywoodenses y cursis y en la televisión, las revistas y los grandes espectaculares. Las rubias y el secreto que esconden en su cabello, entre sus dedos. Las rubias y el deseo, el deseo de tenerlas.

Blondes

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Una pizca de sal

foto de li hiu

foto de li hiu

Hay laberintos en el alma humana, en algunos parques públicos ingleses, dentro de tus oídos. Laberintos para llegar de la sed al agua fresca, de un ala a otra del pabellón de los locos, del deseo que nos condena a la humedad que nos salva. Amores-laberinto, vuelodeave-laberinto, malditatristezaheredada-laberinto. Enamorarme fugaz, levemente de ti frente a una taza de té negro, luego llegar a casa y ponerme a pensar en otra cosa, es un laberinto. Ese giro violento que diste una mañana de 2004 para evitar toparte conmigo (y que, a la larga, te obligó a amarme), es un laberinto.

Cuando hablo de mi madre, mi voz se quiebra y forma laberintos. Las costras en mis rodillas cuando, en mi infinita torpeza infantil, me caía de la bicicleta, eran laberintos. El rojo encendido de mi sangre cuando me miras de lado, como fingiendo indiferencia, también lo es. ¿Te has fijado en el camino que va de mi pómulo a mi pecho, ese contorno que marca una lágrima tibia? No contestes: sé que lo has hecho y te has perdido en él.

En la cocina hay, sin duda, laberintos: el misterio otoñal de la calabaza, las capas inmaculadas de la cebolla, el imposible color salmón del salmón, la terrible espera a que el hierva el agua para el café, los granos de sal que caben en una pizca. En el baño, los cabellos que se acumulan en la regadera son laberintos completamente cerrados. Los pasillos del mercado en donde Lorena y yo compramos flores el día más triste de abril me parecieron laberínticos. También la espiral del pan dulce cuyo nombre inventamos pero nunca supimos.

Francamente, es difícil escribir sobre algo que está en todos lados. Es más, me cuesta trabajo imaginar un no-laberinto, un camino felizmente realizable, algo fuera de toda duda, que no esté cruzado por la mentira intencional o la confusión accidental. La nitidez, en todas sus formas, es imposible. Una ilusión humana, a lo mucho. Sólo en la penumbra podría triunfar el amor. La claridad extermina a la poesía, empolva los estantes de la belleza. Huyamos entonces de ella como huye la tortuga del cocodrilo, el ratoncito del águila real. Despavoridamente, sabedores de la verdad, irrefutables vencedores, inevitablemente vencidos, huyamos.

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por Raúl Bravo Aduna

Nunca he entendido por qué siempre que entro a la colonia “Lagos” termino perdido. Intento regresar a Polanco o, de plano, al Circuito interior, pero jamás lo consigo. Avanzo algunos metros y chín, qué pendejo, me topo de frente con alguna pared, decorada con una virgencita fosforescente. De reversa, regreso siempre a la calle anterior para darme cuenta que en ésa, también, hay algo que no me deja pasar: un jolgorio en el que suena, a todo volumen, La Arrolladora Banda el Limón, María Daniela y su Sonido Láser o el Aserejé; alguna patrulla que obstruye la circulación; niños jugando panbol; Doña Lenchita, que vende tamales; el Señor Licenciado López Obrador regalando despensas legítimas, a sus ciudadanos legítimos, a los que quiere legítimamente; brigadistas de la Cruz Roja; u otra virgencita, para no variar, también fosforescente. El laberinto de Cnosos, comparado con tal colonia, parece un simple juego del McDonald’s.

Cada que me encuentro en la Condesa, me pasa lo mismo (nomás que ahí no está el Señor Licenciado López Obrador, más bien me encuentro a algún diputado del P(T)VEM). En Coapa, ni hablar. Si entro al Viaducto, lo mejor que puedo hacer es quedarme en el primer hotel que encuentre. En Tlalpuente, buscando la calle de Matapulgas, acabo en Salsipuedes (no es broma). A decir verdad, creo que siempre termino perdido. En casi cualquier otra ciudad del mundo se me tacharía de despistado o, digamos, de imbécil. Pero en ésta, la de México, no se me puede culpar. Aquí, si un letrero dice que derecho se llega a Río Churubusco, significa que estaba a la izquierda; de noche, la luz verde significa roja, la roja, verde y la amarilla, que mejor te des la vuelta; llegar a “Héroes de la Libertad 15” significa que busques “Calvario 78”; vuelta en U prohibida significa que ahí debes darla, así como vuelta en U permitida significa que está prohibida; tomar la línea azul del metro significa que debes tomar la verde; si quieres manejar o caminar por Reforma, en cualquier momento puede aparecer una turba iracunda que demanda la libertad para los presos políticos de Acaponeta, Nayarit; etcétera. Este monstruo se presenta como un laberinto, pero que está en constante devenir, en plena mutación perenne: un rompecabezas sin solución.

Uno nunca sabe qué puede pasar. ¿Adónde o por dónde ir? Casi imposible descifrarlo. ¿Lo mejor? Huir. Huir rápido. El problema, quizá, es que la salida nunca se podrá encontrar.

Ciudad Laberinto

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Borges

Arianna Bañuelos Zetina

En la medida de composición del verso heroico, situándose la vaguedad sensiblera de la Real Academia Española, donde se han conservado los tesoros pintorescos, felices y expresivos; pero haraganes inmóviles –así habría propuesto Borges en “El tamaño de mi esperanza”- , cualquier léxico en nombre de la hermosa lengua de Cervantes. Laberinto irónico y contrapuesto a las diversas disciplinas de la inteligencia: “poesía”, lenguaje que dista de poner en juego, la imaginación por medio de las palabras. En lugar de ello, cita a Schopenhahuer, “es la limosnera del idioma de todos”.

La suma casual y cuidadosa lectura borgeana, resulta de un generoso esfuerzo por validar en el mundo de la poesía, la manifestación verbal imaginativa; innumerable en tradiciones, escaza de la entrega sensible y natural tarea. Con la que poseo, una vez más, la sutileza de salir del laberinto prosaico, e invito al lector, a nombrar cualquier palabra desde el “lenguaje innombrado”: descarado del poema.

“El mundo aparencial es complicadísimo, y el idioma sólo ha efectuado una parte muy chica de las combinaciones infatigables que podrían llevarse acabo con él” termina por dictaminar el célebre argentino…() Por qué no crear una palabra, una sola, para la percepción conjunta de los cencerros insistiendo en la tarde y de la puesta de sol en lejanía?

Así, mis queridísimos, invento la combinación infatigable insistiendo en la tarde y el sol en lejanía. A cuyo sentido, doblego mi vida cuando el lenguaje resulta ser el mismísimo laberinto de uno mismo:

Precursora del viento, nombro al silencio; ausencia de noche y presencia de día.
A la noche (palabra creada de día), rojo paso de una aurora. Acoto: que la noche es ausencia de color y aún así, toda letra comienza desde el umbral silencioso…

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Confesiones Minotauras

SC-AriadnaPor K

Todo fue una grave equivocación. Ella lo entendió todo mal desde el principio. Tampoco la culpo: el griego es un idioma difícil y para una mujer, que no es Safo, manejar la lengua resulta complicado. Cierto que me gustó desde un inicio. También me gustó su hermana. Nadie hubiera imaginado que me terminaría casando con una y que olvidaría a la otra.

Hay algo que decir: la hermana que no me ofreció el hilo siempre fue demasiado invasiva. Me seguía por todas partes, me decía palabras y terminábamos fornicando en algún lugar del palacio. Una vez me hizo ponerme la corona de Minos. Los dioses me perdonen tan aberrante pensamiento pero ella sentía cierta atracción por su padre.

La hermana, la que me dio aquel hilo y me sacó del laberinto, era un espíritu más sencillo, más libre. Mientras que Fedra insistía, Ariadna se dejaba llevar por una marea suave. Los encuentros con ella eran más esporádicos y confortables. A pesar del parecido físico, amaban de manera diferente. Fedra era torpe. Ariadna tenía una precisión felina. Fedra me masturbaba debajo de la mesa, la principio estaba bien, luego era aburrido y siempre molesto. ¿Por qué algunas mujeres griegas no ven la belleza de una caricia tranquila? Una erección provocada a la mitad de una cena real… Hubiera preferido besar a una de las Gorgonas.

El día de matar al monstruo. Ariadna me dio el hilo. Fedra quería ser sacrificada pero nadie, ni el mismísimo monstruo por más cara de buey que tuviera, se hubiera tragado la historia de que era virgen. Ariadna me acompañó al laberinto. Me dio el hilo. Mate al taurino. Salí victorioso. Ella se veía preciosa y seguía bañado en sangre de toro.

Luego la olvidé. La olvidé en una playa. No fue mi intención o por lo menos no recuerdo. El castigo no fue para menos. Tuve que casarme con Fedra y ahí comenzó el verdadero laberinto: las discusiones, los hijos, sus reproches, cada vuelta era encontrar una pared, una trampa. Matar al Minotauro y salir con ayuda de Ariadna fue fácil: nadie me dijo que Fedra era el verdadero laberinto.

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por Andrés Ruiz Pérez

Entro. Ahí está ella, en la mesa del fondo. Camino unos pasos. Sobre la mesa está su café americano, como le gusta. Doblo a la derecha. Me pide que me siente. Se va perdiendo la luminosidad. Me explica que nuestra relación ya no tiene sentido. ¿De frente? Pide la cuenta, dice que tiene que mostrarme algo. Bifurcación. Paga y sonríe. El sendero estrecho. Me toma de la mano y me lleva al parque. Comienza a llover. Estamos en strawberry fields, sin paraguas. Izquierda. Me besa. Alto en seco. Susurra que vayamos a su departamento. Avance rápido a la derecha. Caminamos un par de cuadras, hasta el subterráneo. A la izquierda, de nuevo. Hace calor. De frente en oscuridad casi absoluta. Cambio de línea. La de la derecha parece mejor opción. Estación correcta, tomamos escaleras. Izquierda, para no variar. Corremos: es la lluvia, son las prisas que nos consumen. Comienzo a sentirme desubicado. En su edificio, piso 7, introduce la llave en la cerradura. Intento reflexionar; no puedo. Nos depojamos de la ropa húmeda, a medias. Derecha. Besos. Izquierda. Caricias. Nueva bifurcación. Ella sonríe. Me introduzco. Afuera se escuchan las gotas caer. Siento como si fuera hacia adelante y hacia atrás, sin llegar a ningún lado. Viene. Voy. Vamos, dice. Pausa. Nos pasamos a su cama, el piso está frío. Estoy en el centro del laberinto. Me dice que ya no me quiere. Izquierda. Le digo que yo quiero un triciclo. Izquierda. Me pide un café americano, como le gusta. Derecha. Beso las pecas en su espalda. Camino sin salida. Acaricio su cuerpo. Retorno. Repetimos el ritual, apenas ruidosos. Me detengo, intentando pensar. Voy por su café. Izquierda. Lo agradece y pide que me vista. Nueva bifurcación. Le pido una chamarra. Izquierda hasta topar con pared. Agradezco el préstamo. Comienza a verse más luz. Me dice que no quiere volver a verme. Desde donde estoy se ve el final. Le digo que le marco la próxima semana, después de todo debo regresarle la chamarra. Salgo.

Strawberry Fields Forever

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Intrincados, complejos, de las formas más diversas, los laberintos han acompañado a la humanidad durante siglos. Hechos para confundir a quien decida adentrarse, evocan a la vida misma: los senderos que se bifurcan, las opciones que se quedan atrás, las decisiones equivocadas. Como diversión, como escenario de una cita amorosa, como símil del subconsciente, las encrucijadas y pasajes laberínticos son lugares propicios para la reflexión y el ensimismamiento.

labyrinth

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